13 agosto 2012

EL CARIÑO HACE NIÑOS INTELIGENTES


El mejor legado que podemos transmitir a nuestros hijos es, sin duda, el amor. Ésta es la fuente de su autoestima, lo que los hace fuertes para afrontar retos y frustraciones.

Al nacer, todos contamos con un potencial intelectual que crecerá según los estímulos que recibamos, ya que nuestra corteza cerebral no evoluciona automáticamente sino de acuerdo con la información que recibimos. El principal desarrollo en el niño se produce durante los primeros cuatro años, en el periodo imprinting, cuando el cerebro del pequeño es más sensible al aprendizaje y ‘llena su disco duro’.

Durante esta etapa es fundamental que el niño albergue en su mente el mayor número de vivencias posible que, junto con una adecuada estimulación, generarán nuevas conexiones neuronales en su cerebro, y éstas determinarán su inteligencia. En una investigación, llevada a cabo por la Universidad de Washington, se descubrió que cuando los padres hablan de sus emociones en familia, los hijos aprenden a manejar mejor las suyas, prestan más atención y son mejores alumnos en el colegio.

El amor alimenta su cerebro

El cariño expresado de mil maneras (una caricia, una mirada, la suavidad de una voz...) desencadena en nuestro cerebro la producción de oxitocina, una hormona que nos hace proclives al amor y la ternura. Los científicos la llaman “la molécula de la confianza”. Menos conocida es la vasopresina, que también circula por nuestro cuerpo cuando nos sentimos queridos.

No pienses que malcrías a tu hijo si lo coges cuando llora. Dile lo mucho que le quieres y lograrás despertar su inteligencia. Él necesita saber que puede contar contigo para sentir confianza en sí mismo. Una forma muy agradable de demostrarle tu amor puede ser haciéndole masajes mientras le estés hablando. Esta práctica crea lazos afectivos entre el bebé y el adulto. Y con las caricias enviamos mensajes al cerebro que consiguen establecer conexiones, las cuales permiten que el pequeño aprenda.
La tensión constante o la falta de ternura dentro del seno familiar genera en el cerebro del niño una sustancia, el cortisol, que puede entorpecer su crecimiento. Lo ilustra el estudio realizado por la psiquiatra Marcelle Geber, en el que compara a bebés de Uganda amamantados y cuidados con amor por sus madres, con bebés de Europa alimentados sólo con biberón mientras permanecían sentados en carritos. Descubrió que los primeros desarrollaban sus capacidades motrices e intelectuales mucho antes que los segundos.

¿ALGO MENOS DE AUTOESTIMA?
Está claro que el amor mejora notablemente la imagen que el pequeño tiene de sí mismo, y que ésta influye en el buen rendimiento escolar. Sin embargo, Betsy Hart (madre de cuatro niños y columnista norteamericana) advierte, en su libro Sin miedo a educar, de un peligro: “Los psicólogos han averiguado que muchos estudiantes con notas mediocres tienen un concepto bastante elevado de sí mismos”. Se trata de un fenómeno nuevo, propio de una generación reciente, educada en una autoestima desmedida. ¿La propuesta?: “Mostrar a nuestros hijos que son valiosos no porque ‘sean estupendos hagan lo que hagan’, sino porque pueden elegir hacer las cosas mejor cada día”.

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